domingo, 21 de noviembre de 2010

LA MALDICIÓN DE LOS ATRIDAS (I)

Supuesta máscara funeraria de Agamenón, rey de Micenas (1600 A.C. Museo Arqueológico de Atenas).

Quizás una de las dinastías más interesantes de la mitología griega sea la de los Atridas, llamada así por ser su fundador Atreo, quien habría de transmitir una terrible maldición de sangre y venganza a sus descendientes que marcaría la historia de esa familia y también la historia de la Grecia antigua, dando pié a toda una literatura clásica que va desde Homero hasta los grandes dramaturgos de la antigüedad clásica: Esquilo, Eurípides y Sófocles, por no citar a los escritores romanos y a todos los que habrían de venir después, en distintos países y en diferentes épocas. Todo un universo de pasiones, grandezas y perversiones, que ha forjado nuestro legado cultural desde la noche de los tiempos hasta hoy día y que nos hace pensar en la naturaleza humana, capaz de las mayores grandezas y de las mayores ruindades. Un patrón que se repite a lo largo y ancho de nuestra historia… Como una maldición más arcaica que la de los Átridas.


Dice la mitología que Zeus creó a Tántalo a través de su unión con una humana, y que éste engendró a Pélope y a Niobe, siendo rey de Frigia. Tántalo quiso probar la infalibilidad de los dioses olímpicos invitándoles a un ágape en el que se servía un plato muy especial: El niño Pélope cocinado como un lechón. Los dioses se percataron de aquella monstruosidad y rechazaron la comida, salvo Demeter, que en su distracción comió un trozo de carne del niño correspondiente a su hombro derecho, acto que impidió reconstruir totalmente la anatomía del infante cuando los olímpicos, conmovidos, decidieron devolver la vida a Pélope y reconstruir su hombro con una prótesis de marfil. Esto no impidió que el niño creciera sano y hermoso a pesar de su mutilación.

Efectivamente: Pélope creció y se convirtió en uno de los príncipes más hermosos de su época hasta el punto de llamar la atención de Poseidón, que le raptó para llevárselo al Olimpo en calidad de copero para no ser menos que Zeus, que secuestró al príncipe Ganímedes por el mismo motivo y con el mismo fin; ambigüedad sexual de dioses y mortales tan presente en una cultura amante de la belleza, de la proporción, del canon perfecto, pero también de la belleza espiritual. En las ruinas de Olimpia, en el túnel de salida de los atletas, se puede ver grabado en las piedras un testimonio amoroso: un nombre (que no recuerdo) seguido del adjetivo KALOS (bello). Una cultura avanzada y también injusta, xenófoba por su desprecio al extranjero-el meteco-y usuaria de la esclavitud como liberación de las tareas más tediosas y rutinarias, que con su liberación creo la filosofía y la democracia. Pero volvamos a la historia.

Ganímedes y el águila (1817 Museo Thorvaidsen de Copenhague)
Instalado Pélope en el Olimpo en calidad de copero, que debía servir la ambrosía a los dioses, su padre quiso adquirir la inmortalidad de los divinos probando el elixir de los dioses y presionó a su hijo para distraer una copa; pero la cantina olímpica estaba bien vigilada y la distracción fue advertida a tiempo. Pélope fue expulsado de las mansiones de Hefesto, y Tántalo castigado terriblemente en el Tártaro por toda la eternidad: Un vergel de ríos cristalinos y árboles frutales que no saciarían sus necesidades porque, cuando el condenado se acercaba al río y a la fruta, éstos reaccionaban secándose y elevando sus ramas para hacer imposibles sus propósitos.

Pélope, desterrado de su reino y liberado de su padre, siguió su camino vital hasta llegar a Grecia y en Elide conoció a Hipodamía, hija del rey Enómao, de la cual se enamoró siendo correspondido por ella. Un oráculo advertía al rey que de que moriría a manos de su yerno y por eso retaba a todos los pretendientes de su hija a una carrera de carros para obtener su mano. Enómao, hijo de Ares, disponía de unos magníficos caballos heredados de su padre, con los que había vencido a los jóvenes pretendientes de su hija hasta el momento, salvándose de la profecía del oráculo. Pélope recogió el guante arrojado por su futuro suegro y accedió a la competición, logrando la victoria con ayuda de su amante, que convenció al auriga Mírtilo para que trucara el carro de su padre sustituyendo los pernos de las ruedas por clavos de cera, muriendo Enómao en la competición. La profecía se había cumplido y Pélope tomó por esposa a Hipodamía.


Pélope e Hipodamía en el carro.
Pélope e Hipodamía tuvieron dos gemelos (Atreo y Tiestes), Alcátoo (el padre de Ayax), Piteo (abuelo de Teseo, del que ya se habló en este blog) y Astidamía. También tuvo un desliz con una ninfa, del cual nació Crísipo, encendiendo el odio de Hipodamía que lo transmitió a sus hijos gemelos hasta el punto de urdir un plan para matar al bastardo, cosa que impidió Pélope y dio origen a la maldición de los Átridas, formulada por Pélope contra sus hijos gemelos, y al destierro de sus hijos y su mujer.

El recuerdo de Pélope está presente en la actual Grecia dando nombre a la península del Peloponeso (Peloponisos: la isla de Pélope).


    Una vez expulsados los gemelos Atreo y Tiestes, junto a su madre, Hipodamía, se refugiaron en Argos, donde el yerno de Pélope, Esténelo, les confió el cuidado de la ciudad. Atreo se casó con Aérope ( nieta de Minos, el rey de Creta, personaje ya tratado en este blog) y tuvo dos hijos: Agamenón y Menelao. Un cordero de su rebaño crió un vellón de oro y Atreo lo escondió para no ofrecérselo a la diosa Ártemis (la Diana de la mitología romana), guardando el vellón en un arca. Su esposa, Aérope, se había dejado seducir por su cuñado, Tiestes, y le regaló la piel de oro a su amante, cosa que descubriría con el tiempo Atreo cuando ya era rey de Argos y Micenas.
 Atreo llamó a su hermano para invitarle a un banquete en su honor. En este caso la comida era más de lo mismo: antropofagia a costa de los hijos de Tiestes, siguiendo la tradición familiar iniciada por su abuelo Tántalo. Después de tan macabra comida Atreo le reveló a su hermano la receta de tan sabroso ágape, arrojó al mar a su esposa adúltera y expulsó de sus reinos a su hermano, alimentado con las carnes de sus propios hijos.
 La crueldad humana y el odio no tienen épocas ni fronteras, tampoco sirven para contenerlas los lazos familiares, tan característicos de nuestra cultura mediterranea que incluye una dieta variada y equilibrada, recientemente elevada a la categoría de PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD. Supongo que esa distinción patrimonial no incluye esos gustos culinarios que aquí se reseñan, aunque la decadencia que nos invade es capaz de cualquier cosa, incluso el canibalismo como experiencia nueva, que ya se ha dado en nuestra avanzada sociedad.
 Una maldición encarnada en los Atridas, de la que seguiremos hablando.





5 comentarios:

  1. Interesante relato. Es cierto que el patrón se repite a lo largo de la historia. Viene a mi cabeza la maldición de los Capetos, magistralmente recreada por Maurice Druon en su serie de "Los reyes malditos"

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  2. Amigo Gulliver:
    Gracias por su comentario y por la reseña literaria que me brinda, puesto que no conozco a Maurice Druon ni su obra. Lo de los Capetos me suena a dinastía muy antigua nacida en Francia y a la cual pertenece la familia Borbón en todas sus ramas; algo así como las dinastías de la mitología griega, que todas tienen troncos comunes.
    Tomaré nota de su autor y su obra.
    Saludos.

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  3. Es una tragedia que te atrapa desde el primer instante.
    El punto de partida del relato es la quema en la hoguera de Jacobo de Molay, Gran Maestre de la Orden del Temple, por orden del rey francés Felipe IV. El Gran Maestre lanza, desde la pira ardiente, una maldición contra el rey: ¡Malditos, todos malditos hasta vuestra decimo tercera generación!

    Si se anima a su lectura, prepárese para fuertes dosis de ambición, odio, traición y veneno, mucho veneno.

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  4. D. Jano, muchas gracias por sus amables palabras respecto a la presentación del libro de Hermann Tertsch.

    Un abrazo grande, amigo mío.

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  5. D. Alfredo:
    Me siento muy honrado por tenerle en mi casa virtual, que es la suya.
    Me hubiera gustado ir a la presentación del libro/libelo y de haberles conocido a todos ustedes pero, por desgracia, Asturias sigue siendo una ínsula Barataria difícil de abandonar, incluso por mar, y las ocupaciones de un empleado de provincias no dan mucho juego para las escapadas culturales.
    Un saludo afectuoso.

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