martes, 8 de marzo de 2011

LA MALDICIÓN DE LOS ATRIDAS (III).

Artemis con el ciervo sagrado.

Instalados en la ciudadela de Micenas, Agamenón y Clitemnestra tuvieron varios hijos y el último embarazo de la reina dio como fruto a una niña llamada Ifigenia. La soberana, ante la imagen de su hija, exclamó emocionada “es hermosísima, aun más bella que mi hermana Helena”. Pero aquella hermosa criatura, tan controvertida en la literatura de todos los tiempos, habría de protagonizar el trágico inicio de la guerra de Troya, con su sacrificio, también oscuro por las distintas versiones.

Efectivamente. El personaje de Ifigenia (Ίφιγένεια) está empañado por un halo de misterio hasta el punto de no figurar (al menos con ese nombre) en la epopeya homérica (La Iliada) pero sí figurar en las epopeyas cíclicas y fundamentalmente en la obra de los clásicos griegos (Ifigenia, de Eurípides). En Homero podremos encontrar a un personaje, Ifianasa (Ἰφιάνασσα), en el libro IX, que no comparte la misma suerte y según los expertos no es la misma persona. También existen varias versiones a cerca de la implicación de la joven en la guerra de Troya mediante su sacrificio, exigido por la diosa Artemis, y con distintos finales según la tradición que consideremos:

En una de estas tradiciones, Agamenón provoca la cólera de la diosa por haber cazado uno de sus venados sagrados y Artemis le exigiría el sacrificio de Ifigenia más tarde.

En otra tradición, más elaborada y compleja, el enfado de Artemis se genera en el nacimiento de Ifigenia, al no cumplir su palabra el rey de Micenas de sacrificar al “animal más bello de toda Grecia”. Cuando Clitemnestra estaba a punto de alumbrar a su hija se complicó el parto y la naturaleza, con la ayuda de las parteras de palacio, no podía resolver la situación iniciándose una lenta agonía para madre e hija. Clitemnestra vivía la situación, noche y día, en un agotamiento y dolor continuos mientras Agamenón se sentía impotente y triste por ver a su esposa en tal situación sin saber qué hacer. Al cuarto día de sufrimiento y mientras contemplaba el paisaje desde palacio, Agamenón recurrió al poderío de los dioses, concretamente a Artemis, la diosa de la caza, que él tanto practicaba, pero también la sustituta de Ilitía (la diosa del parto) desde que ayudó a su madre, Leto, a alumbrar a su hermano Apolo, nacido un poquito después que ella. Por este motivo los griegos la adoraban también como la ayudante o auxiliar de las mujeres embarazadas en el santuario de Braurona, en Ática, realizando sacrificios en su honor las mujeres que habían tenido un parto sin incidencias, y llevándole las ropas de la mujer fallecida en el parto como ofrenda, los familiares de ésta. Pero Artemis (o Ártemis, según los textos) era adorada también como Kurotrofos, en el templo de Éfeso, por su labor de criar a los niños y guiar el paso de la adolescencia a la edad adulta.


Agamenón organizó un sacrificio a la diosa como último recurso, con la promesa de satisfacer a Artemis en lo que fuera necesario si ésta salvaba la vida de ambas. La divina accedió a la petición pidiendo a cambio el sacrificio de “el ser más bello de todos los reinos de Grecia” y el rey de Micenas se comprometió a cumplir el pacto. En aquel momento, la reina comenzó el periodo expulsivo del parto y alumbró a su hija sin problemas; la comadrona fue corriendo a darle la noticia al rey y éste corrió hacia su esposa, que estaba sobre la cama con su hija entre los brazos: Mira, esposo, a nuestra hija y contempla su hermosura, es aun más bella que Helena. Agamenón, emocionado y con lágrimas asomando por sus ojos, abrazó a madre e hija y comprendió, tras las palabras de su esposa, las intenciones de la diosa sin querer asumir el verdadero mensaje que rondaba en su cabeza.

Al día siguiente y sin demora, el poderoso rey de Micenas envió heraldos por todos los reinos de Grecia para comprar los animales más bellos de cada especie conocida, que serían traídos a su palacio y sacrificados en honor de la diosa para saldar la deuda divina. Durante meses fueron llegando a Micenas cargamentos de animales, los mejores de su especie, y alojados en palacio para tal fin. Llegado el momento Agamenón, asistido por los sacerdotes, celebró un gran sacrificio con las piezas compradas por toda Grecia y la vida en palacio se desarrolló sin incidencias durante años.

En Esparta, gobernada por Tindáreo y Leda, la bella Helena, rescatada por sus hermanos/hermanastros los dioscuros (Cástor y Pólux), núbil y bajo el deseo de sus padres de casarla con un príncipe o rey, se estaba organizando un “concurso” de pretendientes para tal fin (allá por el año 1185 A.deC.). Se enviaron emisarios a todos los reinos para convocar a los aspirantes a marido de la “más bella” en el reino de Esparta. Entre los convocados y asistentes (probablemente más de los que se citan) estaban: Idomeneo de Creta, Palamedes de Eubea, Áyax (o Ajax, como el detergente) de Salamina y su hermanastro Teucro, el gran arquero; Diomedes de Argos, Cíniras de Chipre, Patroclo de Filotidia y Ulises de Ítaca, que no portaba ningún regalo para el rey porque en realidad no aspiraba al matrimonio con Helena y era el más pobre de los pretendientes. Todos deseaban casarse con la bella Helena y estaban dispuestos a conseguir su mano de la forma que fuese, incluso con el enfrentamiento armado entre unos y otros.

Tindáreo percibía el ambiente hostil y temía que se desatara una batalla en su palacio y por ello pidió el consejo del venerable y sabio rey de Pilos (la arenosa Pilos, que describe Homero en la Odisea cuando recibe al príncipe Telémaco en la búsqueda de su padre por toda Grecia), el anciano Néstor. Néstor le aconseja a su amigo que, para no caldear los ánimos, se abstenga de aceptar los presentes de los aspirantes para no crear la sensación de favoritismo, consejo que Tindáreo acepta de buen grado viniendo del sabio rey de Pilos. Ulises, que tenía otras pretensiones, remató la faena con otro consejo adicional que habría de contribuir a la guerra de Troya, como un eslabón más de una cadena de desgracia y muerte conducente al conflicto bélico de finales de la edad del bronce.

El insignificante rey de la paupérrima Ítaca se acerca al oído del soberano de Esparta y le susurra:

Podréis evitar en el futuro una pugna violenta entre los pretendientes de los distintos reinos que sean excluidos y el elegido, que gobernará Esparta, siguiendo mi consejo. A cambio os pido que me entreguéis en matrimonio a vuestra sobrina Penélope, de la que estoy enamorado desde hace tiempo.

Tindáreo, tras meditar unos instantes, exclamó: dadme ese consejo y tendréis a mi sobrina por esposa y reina de Ítaca.

Ulises, inteligente y artero en todos los sentidos de la palabra, le propuso someter a los pretendientes de Helena a un juramento de apoyo al esposo de la princesa en todas las circunstancias posibles, antes de que se supiera quién sería el agraciado. Tindáreo aceptó de buena gana la sugerencia de Ulises y dispuso la ceremonia de juramento, a sabiendas de que el futuro esposo de su hija sería Menelao, hermano del todopoderoso Agamenón, rey de Micenas y esposo de su hija Clitemnestra.

Entrada la noche y con iluminación tenue en el palacio, Tindáreo hizo traer un caballo a la sala principal para ser sacrificado en honor de Poseidón y en presencia de todos los invitados y de los sacerdotes. Muerto el animal, fue cortado en doce partes y cada pretendiente situado frente a una de las porciones del animal mientras juraban fidelidad a la pareja, aun no anunciada, bajo pena de provocar la ira del dios marino si quebrantaban el juramento. El juramento se consumó y el rey de Esparta anunció posteriormente que Menelao era el elegido. Los restos del caballo fueron enterrados en una colina, que sería llamada “La Tumba del Caballo”.

Ulises, a pesar de ser uno de los más humildes reyes de la antigua Grecia, tiene un papel fundamental en la mitología y en todos los acontecimientos que vendrían después. Nacido en la isla de Ítaca, era oficialmente hijo de Laertes y Anticlea, aunque la paternidad del personaje fue cuestionada y al propio Ulises no le disgustaba su origen espurio, teniendo en cuenta que su paternidad se atribuye a Sísifo, tan pérfido e inteligente como su supuesto hijo natural.






                                                                                                Ulises.


Ιθάκη




Σα βγείς στον πηγαιμό για την Ιθάκη,

να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος,

γεμάτος περιπέτειες, γεμάτος γνώσεις.

Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,

τον θυμωμένο Ποσειδώνα μη φοβάσαι,

τέτοια στον δρόμο σου ποτέ σου δεν θα βρείς,

αν μέν' η σκέψις σου υψηλή, αν εκλεκτή

συγκίνησις το πνεύμα και το σώμα σου αγγίζει.

Τους Λαιστρυγόνας και τους Κύκλωπας,

τον άγριο Ποσειδώνα δεν θα συναντήσεις,

αν δεν τους κουβανείς μες στην ψυχή σου,

αν η ψυχή σου δεν τους στήνει εμπρός σου.



Να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος.

Πολλά τα καλοκαιρινά πρωϊά να είναι

που με τι ευχαρίστησι, με τι χαρά

θα μπαίνεις σε λιμένας πρωτοειδωμένους•

να σταματήσεις σ' εμπορεία Φοινικικά,

και τες καλές πραγμάτειες ν' αποκτήσεις,

σεντέφια και κοράλλια, κεχριμπάρια κ' έβενους,

και ηδονικά μυρωδικά κάθε λογής,

όσο μπορείς πιο άφθονα ηδονικά μυρωδικά•

σε πόλεις Αιγυπτιακές πολλές να πας,

να μάθεις και να μάθεις απ' τους σπουδασμένους.



Πάντα στον νου σου νάχεις την Ιθάκη.

Το φθάσιμον εκεί είν' ο προορισμός σου.

Αλλά μη βιάζεις το ταξίδι διόλου.

Καλλίτερα χρόνια πολλά να διαρκέσει•

και γέρος πια ν' αράξεις στο νησί,

πλούσιος με όσα κέρδισες στον δρόμο,

μη προσδοκώντας πλούτη να σε δώσει η Ιθάκη.



Η Ιθάκη σ' έδωσε το ωραίο ταξίδι.

Χωρίς αυτήν δεν θάβγαινες στον δρόμο.

Αλλο δεν έχει να σε δώσει πια.



Κι αν πτωχική την βρεις, η Ιθάκη δεν σε γέλασε.

Ετσι σοφός που έγινες, με τόση πείρα,

ήδη θα το κατάλαβες η Ιθάκες τι σημαίνουν.





ÍTACA


















LA MALDICIÓN DE LOS ATRIDAS (III)



Artemis con el ciervo sagrado
 Instalados en la ciudadela de Micenas, Agamenón y Clitemnestra tuvieron varios hijos y el último embarazo de la reina dio como fruto a una niña llamada Ifigenia. La soberana, ante la imagen de su hija, exclamó emocionada “es hermosísima, aun más bella que mi hermana Helena”. Pero aquella hermosa criatura, tan controvertida en la literatura de todos los tiempos, habría de protagonizar el trágico inicio de la guerra de Troya, con su sacrificio, también oscuro por las distintas versiones.
 Efectivamente. El personaje de Ifigenia (Ίφιγένεια) está empañado por un halo de misterio hasta el punto de no figurar (al menos con ese nombre) en la epopeya homérica (La Iliada) pero sí figurar en las epopeyas cíclicas y fundamentalmente en la obra de los clásicos griegos  (Ifigenia, de Eurípides). En Homero podremos encontrar a un personaje, Ifianasa (φιάνασσα), en el libro IX, que no comparte la misma suerte y según los expertos no es la misma persona. También existen varias versiones a cerca de la implicación de la joven en la guerra de Troya mediante su sacrificio, exigido por la diosa Artemis, y con distintos finales según la tradición que consideremos:
 En una de estas tradiciones, Agamenón provoca la cólera de la diosa por haber cazado uno de sus venados sagrados y Artemis le exigiría el sacrificio de Ifigenia más tarde.
 En otra tradición, más elaborada y compleja, el enfado de Artemis se genera en el nacimiento de Ifigenia, al no cumplir su palabra el rey de Micenas de sacrificar al “animal más bello de toda Grecia”. Cuando Clitemnestra estaba a punto de alumbrar a su hija se complicó el parto y la naturaleza, con la ayuda de las parteras de palacio, no podía resolver la situación iniciándose una lenta agonía para madre e hija. Clitemnestra vivía la situación, noche y día, en un agotamiento y dolor continuos mientras Agamenón se sentía impotente y triste por ver a su esposa en tal situación sin saber qué hacer. Al cuarto día de sufrimiento y mientras contemplaba el paisaje desde palacio, Agamenón recurrió al poderío de los dioses, concretamente a Artemis, la diosa de la caza, que él tanto practicaba, pero también la sustituta de Ilitía (la diosa del parto) desde que ayudó a su madre, Leto, a alumbrar a su hermano Apolo, nacido un poquito después que ella. Por este motivo los griegos la adoraban también como la ayudante o auxiliar de las mujeres embarazadas en el santuario de Braurona, en Ática, realizando sacrificios en su honor las mujeres que habían tenido un parto sin incidencias, y llevándole las ropas de la mujer fallecida en el parto como ofrenda, los familiares de ésta. Pero Artemis (o Ártemis, según los textos) era adorada también como Kurotrofos, en el templo de Éfeso,  por su labor de criar a los niños y guiar el paso de la adolescencia a la edad adulta.
 Agamenón organizó un sacrificio a la diosa como último recurso, con la promesa de satisfacer a Artemis en lo que fuera necesario si ésta salvaba la vida de ambas. La divina accedió a la petición pidiendo a cambio el sacrificio de “el ser más bello de todos los reinos de Grecia” y el rey de Micenas se comprometió a cumplir el pacto. En aquel momento, la reina comenzó el periodo expulsivo del parto y alumbró a su hija sin problemas; la comadrona fue corriendo a darle la noticia al rey y éste corrió hacia su esposa, que estaba sobre la cama con su hija entre los brazos: Mira, esposo, a nuestra hija y contempla su hermosura, es aun más bella que Helena. Agamenón, emocionado y con lágrimas asomando por sus ojos, abrazó a madre e hija  y comprendió, tras las palabras de su esposa, las intenciones de la diosa sin querer asumir el verdadero mensaje que rondaba en su cabeza.
  Al día siguiente y sin demora, el poderoso rey de Micenas envió heraldos por todos los reinos de Grecia para comprar los animales más bellos de cada especie conocida, que serían traídos a su palacio y sacrificados en honor de la diosa para saldar la deuda divina. Durante meses fueron llegando a Micenas cargamentos de animales, los mejores de su especie, y alojados en palacio para tal fin. Llegado el momento Agamenón, asistido por los sacerdotes, celebró un gran sacrificio con las piezas compradas por toda Grecia y la vida en palacio se desarrolló sin incidenciasrante años.





Detalle de Helena en una crátera del museo de