lunes, 24 de octubre de 2011

OTOÑO, TIEMPO DE TRANSICIÓN.

Otoño: un cólchico, hojas y unos erizos de cataño.
   Otoño, otoño caliente y atípico que nos deja atónitos con su temperatura elevada e inusualmente seca, prolongando un verano también atípico, confundiéndonos en la vestimenta  y en la gestión de nuestras vidas, mientras esperamos el cambio que no llega.
 Naturaleza confusa pero certera, que cumple su calendario a duras penas; hojas arrancadas de los árboles cuando aún no están marchitas, campos que resisten mezclando prímulas con cólchicos mientras los castaños centenarios arrojan su fruto, corona de espinas, sin haber concluído la maduración precisa.
 Mientras tanto, el acebo se prepara para surtir de frutos el invierno y servir de cobijo, con sus hojas perennes, a todos los animales que permanecen despiertos en la fría estación, a pesar de sus espinas.

Acebo con su fruto.
 Otoño caliente y atípico también para los humanos que habitamos esta tierra de Hispania, que ha perdido el equilibrio y la mesura de las cosas cotidianas y ya no sabe que ropa ponerse, y que en ocasiones ni siquiera puede ponerse abrigo alguno, porque ya no lo tiene.
 En el otoño caliente que nos toca, la lagartija aún toma el sol posada sobre una piedra, y la serpiente no hiberna para cuidar sus huevos, enroscada en el hacha que habrá de cortar la leña para calentar su hogar.
 Otoño caliente para cardar la lana e hilarla en la rueca en previsión del duro invierno que se avecina.


  El otoño caliente de un patriarca llamado Europa, que algún día, de tan poderoso, fue el centro del mundo.


  Nombre heredado de la joven Europa, madre de Minos, Radamantis y Sarpedón, que fue objeto de deseo del gran dios Zeus, transformado en toro blanco, que la sedujo en Creta.

Europa seducida por el toro blanco (Zeus).
 Ahora nuestro mundo, desde hace décadas resquebrajado, se desmorona y no sabemos qué hacer.
 Es el otoño de Europa.