lunes, 28 de junio de 2010

Santiago Ramón y cajal.

 La ciencia con mayúsculas es la plasmación de teorías, rompedoras para su tiempo, de una minoría de personas-genios-que arriesgan su prestigio, y en ocasiones su vida, defendiendo unas ideas que chocan frontalmente con lo establecido en esa época.


Todos/as los grandes científicos de S. XIX-XX.


 Cuando en los albores de la civilización occidental se explicaban todos los fenómenos naturales sirviéndose del pensamiento mágico-religioso, surgió en las colonias de Grecia una corriente encabezada por Tales de Mileto, que sepamos, como era de esperar, en territorios tan alejados de la metrópolis y por tanto más libres. Aproximádamente después de un siglo aparece la figura de Demócrito de Abdera (460-370 A.C.), discípulo de Epicuro y conocido como el filósofo de la sonrisa por su buen carácter, que con magistral ejercicio mental y sin instrumento alguno, es capaz de concebir la teoría atómica que varios milenios más tarde habría de confirmarse como cierta. El largo paréntesis de la edad oscura y la edad media separa a esta época del siglo de las luces y del desarrollo científico del  XIX. En esta época la ciencia avanzó más que en todos los siglos anteriores, gracias a los avances tecnológicos y a la libertad que suponía la ruptura con los viejos esquemas dogmáticos de la iglesia, que todo lo relegaba a su poder y a las sagradas escrituras (por ejemplo Darwinismo frente a creacionismo, polémica aún vigente) y a otros factores menos relevantes. La electricidad deja de ser un pasatiempo de feria para convertirse en algo útil como energía más conocida y fuente de progreso, con inventos como la botellea de Leiden-inventada anteriormente- (primer condensador de enegía que permitió la primera transmisión de telegrafía sin hilos, invento de Guglielmo Marconi, que culminaría con la invención de la válvula termoiónica y la bombilla de Tomás Alba Édison, con la cual se podía descodificar una onda de radio y con la adición de una placa, amplificar señales y generar ondas electromagnéticas de amplitud constante).  Pero...¿Las ciencias biológicas?
Santiago Ramón y Cajal.

 La medicina y todas las ciencias biológicas iban avanzando en retaguardia con respecto a la tecnología. La medicina pasaba de una visión macroscópica (la anatomía clásica) a una concepción microscópica desde el invento del microscopio; desde la visión en conjunto de los órganos y tejidos a la percepción de la urdimbre que sostiene a éstos, con el cuentahilos de la alfombra. En la mayoría de los tejidos biológicos existían técnicas de tinción que permitían desentrañar la estructura de los mismos, con excepción del tejido nervioso que se resistía a su análisis microscópico y se presentaba a los ojos del obsevador como una maraña confusa de fibras y células entrelazadas.
 Cajal vivió esa época de confusión  en la cual se concebía el tejido nervioso-ya identificado como el sustrato de los pensamientos-de forma anárquica y simplista: una masa de tejido sin principio ni fin en el que las células se organizaban en sincitios formando un protoplasma sin límites: la teoría reticularista, elegante pero que no explicaba nada y no permitía construir nada sobre ese armazón fantasmagórico. Como buen aficionado a la fotografía conocía las técnicas basadas en las sales de plata de la época para fijar imágenes, y gracias a su colega Simarro, conoció la tinción argéntica para el tejido nervioso desarrollada por Camilo Golgi, aplicándola y mejorándola en la versión "doble tinción argéntica" que permitiría una visualización más neta de ese complicado tejido. Años de aplicación de su tinción y años de persecución de las fibras que prolongan a las neuronas le llevarían a desentrañar el misterio y a elaborar la TEORÍA DE LA NEURONA, sentando las bases de una nueva especialidad médica: la histología y tambíen la neurología. Cajal nunca encontró el alma en sus cortes histológicos pero seguramente tampoco rechazó la idea de su existencia.

Cajal como capitán médico en la gerra de Cuba.
 Con las investigaciones de nuestro paisano se despejó una de las mayores incógnitas del S. XIX y la ciencia del cerébro y los nervios periféricos, permitiendo concebir una estructura, en lo más básico, que aún tiene ese halo de mistério invitando a los futuros investigadores a seguir en la brecha.
  Desgraciadamente las obras científicas de este gran hombre fueron editadas en Francia. Yo conservo una edición de su histología, gracias a mi abuelo paterno, al que no conocí, que fue alumno del maestro en la cátedra de Madrid.
 D. Santiago recibió el prémio Nobel de medicina, junto a su colega italiano Camilo Golgi, en 1906.
  Después habrían de sucederle personajes como Severo Ochoa, asturiano y también premio Nobel, que sentaría las bases de la nueva genética descubriéndo la DNA- polimerasa como enzima replicador del ADN.
 En este país se trata mejor a los políticos y a los futbolistas que a los científicos.