jueves, 17 de julio de 2014

¡FELICIDADES, DIE ÜBERMÄCHTIGE!


   Nuestra queridísima Führerin cumple 60 años: querida Angelita ¡FELICIDADES!
 Que la entrada en una nueva década de la vida te proporcione más felicidad aún, más lucidez para gobernar este continente llamado Europa, que necesita muchos arreglos en la fachada y el tejado.
 He seleccionado la fotografía del encabezamiento (cantando bajo la lluvia con Nicolás) porque me resulta divertida y tierna, porque refleja la humanidad que demostráis los políticos en pocas ocasiones por falta de tiempo, supongo; por tu eterno traje de color calabaza, que tanto te gusta, por la expresión natural que muestras... Por todo, bella dama.
  He cancelado mi invitación al ágape que me envió la Cancillería porque Alemania está muy lejos y Asturias mal comunicada, pero gracias, querida Angelita, no podía esperar menos de tí; pero celebraré tu "cumple" este fin de semana, con unas buenas salchichas y cerveza, asadas en una barbacoa que compré en el LIDL, lo más cercano a Alemania que tengo en mi entorno.
 Sin más, te deseo un feliz cumpleaños en grata compañía y espero verte lo más pronto posible.


¡¡Felicidades, übermächtige!!
 

martes, 15 de julio de 2014

LUCUBRACIONES DE UN CICLADOR RÁPIDO.



     He pensado gran parte de mi vida que soy ciclotímico, ciclador rápido, que paso de la acción a la inacción en menos que canta un gallo, que estoy eufórico y pronto me desplomo como la roca que cae del acantilado, hasta el punto de no hacer nada, ni siquiera un desastre, o simplemente, espuma en el mar. Soy como la luz de un faro, que ilumina y ensombrece su vida sin apagar nunca la linterna; con sus ópticas rotando sin cesar.



     Juego de luces y sombras que dan sentido a una vida, también plena de penumbras, y con el sentido y el sentimiento cambiante sin seguir un patrón establecido como el faro. Un vivir y estar en un ser que está en una realidad tan irreal como la realidad misma, como la sensación hipoestésica del no sentir.
 Sentir el juego de vivir, de acariciar la existencia con guante de látex fino o con manopla dura, de participar en el festín o ser un mero espectador desde la barrera; de tocar a mano descubierta el fuego que te habrá de quemar o no...


     Descubrir que el agua fluye entre la roca y la vegetación conquista la osamenta de la Tierra, como una piel que cubre su rugosidad y su aspereza, como el tapiz del inmenso sillón en que nos sentamos para contemplar su belleza; la hermosura mineral de la propia Tierra, que nos regala la perfección geométrica de sus cristales y el aparente caos del manto terroso que nos sujeta.
  Deslumbrado por la luz del faro, entre el acantilado y la tierra firme, una vieja tortuga me recomendó el oráculo de un sabio cormorán que conocía la veleidad del pensamiento en todas sus facetas, que conocía la duda del volar alto o, simplemente, extender las alas para secarlas después de una inmersión en el mar.
 
  Decidí escucharle tras pedir audiencia por la vía que me indicó la tortuga: la paciencia.


      Surgió de las aguas mediterráneas majestuoso, con su capa de plumas extendida, con su pico arrogante, aconsejándome que visitara al cactus que crecía cerca del lugar, en un camino de tierra.
 ¿Qué camino? le pregunté.

 Guíate por el olor del cabrahígo, me respondió.
 Efectivamente, un intenso olor me condujo al camino, que seguí palmo a palmo hasta encontrar el cactus.


   Nunca imaginé el hecho de tener que hablar con una planta, con un vegetal inmóvil e inexpresivo pero,después de contemplarlo durante unos minutos, se me iluminó la mente y corté un pequeño trocito. Inmediatamente al corte, brotó un látex blanquísimo y denso y decidí extenderlo por la piel de mi cara, abrasada por el sol. Solamente sentí una frescura pegajosa pero, al cabo de pocos minutos, comenzaron a llorar mis ojos, la lengua me picaba y la nariz era una cascada de secreciones imposible de contener. No estaba asustado pero sí molesto, muy molesto y desconcertado mientras pensaba qué le haría al cormorán en esos momentos críticos; ni siquiera olía el aroma intenso del cabrahígo y apenas podía ver el camino de retorno. El sonido del mar me orientó hacia mi destino y la frescura de su brisa calmó el ardor de mis mucosas.
 Esperaba un fenómeno psicodélico, pero no sucedió. Seguía inmerso en la misma realidad de siempre, con el pensamiento lógico activado y con la visión,nublada por las lágrimas de irritación, tan cotidiana, tan manida; decepcionado por mi fracaso, incómodo por la venganza del cactus...
  Unas dos horas pasaron hasta la normalidad de mi piel, preguntándome el sentido que podría tener aquella experiencia hasta que caí rendido por el sueño en la cama. Al día siguiente volví a ver el mar con claridad, a oler el aroma salobre de su proximidad mezclado con el dulzor del cabrahígo, mientras escuchaba la música del viento de levante al estrellarse en las ramas de los árboles, agitando sus hojas. Debería volver a ver al cormorán para que me diera una explicación.
 Después del desayuno me fui a la playa con intención de encontrarme al pajarraco: estaba allí, pescando, flotando tranquilo sobre las cristalinas aguas.
   No sabía cómo llamar su atención, pues no soy cazador y no llevaba reclamo alguno; simplemente le miraba tratando de hacerme presente de manera discreta. El pajarraco ( era él, sin lugar a dudas), ajeno a mi presencia, retozaba en el agua como cualquier miembro de su especie animal y no demostraba ninguna inteligencia especial, ninguna sabiduría fuera de lo normal en los cormoranes. Me regalé en la contemplación de sus rituales de vida. Es evidente que la comunicación estaba rota, que solamente debía esperar la observación de un pájaro más, sin esperar más prodigios.
 Me sentí solo, muy solo y desorientado, y ni siquiera me apetecía recorrer caminos feraces en compañía del viento de levante, ni sumergir mi cuerpo en las aguas cristalinas y cálidas del mar que se me ofrecía. Miré la mata de hibisco, hermosamente impúdica tras abrir su sombrilla al alba, que tenía frente a mis ojos mientras meditaba, y decidí tornar a la civilización.
   La ciudad me recibió con más bullicio del habitual: estaba en fiestas y los jóvenes se movían de un lado al otro como locos: Gaudeamus igitur...
 Calles angostas y antiguas atestadas de gentes, me acomodo en una terraza relativamente tranquila para tomar una cerveza, mientras contemplo el pórtico de la humilde catedral con símbolos judéo-masónicos (me importan una higa los símbolos de cualquier ideología), y miro el río de hermosura que fluye ante mis ojos.
El de la cerveza no soy yo: miren al frente ¡AR!
   Voy pasando de "avoir le cafard" a estar más animado, con la duda existencial de la experiencia pasada, con la vivencia de la luz del faro y todo lo demás, mientras me siento perdido entre la tierra y el mar; el cielo puede esperar y, después de la traición del cormorán, no pretendo convertirme en Ícaro. La tarde pasa tranquilamente divertida entre el bullicio de una fiesta.

  Regreso a mi morada, entre pensamientos agradables y rumores de naturaleza, con un sano cansancio tras haberme "ganado el día", pero sigo pensando en no sé qué, en un run run que me da vueltas en la cabeza y no me deja pensar con claridad, como un virus informático que te desmaña el disco duro de tu cerebro ¿existe algún antivirus para el cerebro? no debería existir y afortunadamente ¡No existe!
   
Soy yo, con mi "cafard" y mi cerveza, contemplando el mundo.
   No he vuelto a contactar con el cormorán ni con la tortuga; tampoco he querido hacerlo ni lo haré mientras viva, mientras la "cucaracha" no me abandone y deje de fastidiar mi existencia. Me remito al mundo mineral mientras contemplo, de lejos, la belleza de vivir en esta maraña de mundos y existencias tan bipolares, tan conflictivas, que se agotan por el simple hecho de vivir: la experiencia más maravillosa, la única.

 Después de pensar lo dicho me fui, retorné a la descarnada tierra que cede su soberanía al mar

 y me arrastré por las rocas conquistadas por las sabinas, y vi la curvatura de la Tierra: una curva sutil y hermosa que uno no debe pretender abarcar.
   Anoche soñé con el cormorán y no sé si esta experiencia habrá sido un hermoso sueño, como el de Alicia, como el de Ícaro.