miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL PUENTE.

El puente, y de puente a puente me tiro a la corriente...
 Hermoso puente ya invernal pero efímero en el frío, con una nieve evanescente en el tejado y en los paisajes, que desaparece-y nunca mejor dicho-de la noche de llegada a la amanecida tras una lluvia copiosa y una subida térmica colosal. La pocilguina era una cámara frigorífica que hubo de templarse a base de hacha y fuego hasta la desaparición del fantasma de tu respiración. Paseos por el campo, por los montes y por el pueblo, que se resiste a cambiar, y vientos que te azotan de cuando en cuando obligándote a frotarte los brazos. Nó, no había goteras ni signos de haberlas habido en todo este tiempo; suelos secos y camas secas, arañas tendidas en su tela y algún rastro de ratón por los muebles, leña de roble y castaño crepitando en el hogar de la cocina y la estufa, caldeando las cuatro paredes de piedra.
 Me acomodo en el banco rústico de madera de la casa de un vecino, ya ausente, y veo una bola peluda y negra que respira, bajo la luz de cesio de la farola, tapada por un cartón en la leñera, sin saber qué es. De repente, asoman unas orejas picudas y una cabeza redonda: Es un gato que sestea, uno de tantos gatos que habitan en el pueblo y se reproducen  de manera exponencial. Nos miramos, yo sigo mirando a Orión tumbado en el horizonte sin pretender interrumpir su descanso y él se levanta lentamente, silencioso y sin dejar de mirarme a los ojos, y se marcha. Me quedo un rato pensativo y me voy a cenar.

 Por la noche llueve y el repicar de las gotas de lluvia se oye en la calle y en el tejado, lejano. El viento sopla con ráfagas sobre las ventanas y las hace crujir, al igual que las hojas de los árboles, multicolores, que van cayendo y alfombrando los caminos que habré de pisar al día siguiente, escondiendo las piedras gastadas por el paso del tiempo y de los carros que por allí han rodado.
 El mismo paisaje de siempre transformado por las estaciones; el mismo paisanaje menguante  de todos los pueblos pequeños y apartados que sufren la pérdida incesante de sus habitantes, que van muriendo.
República gatuna, perruna y de otras especies animales que reclaman su territorio robado entre las ruinas actuales que una vez ha creado el hombre para vivir.
 ¡Adios casa, mi pocilguina, cuidate!