Se ha muerto Panero hijo, el novísimo poeta maldito de una saga de poetas que llevan el mismo apellido, que arrastró la locura hasta la profesionalización de ese "malestar" que consiste en la "perversión" del pensamiento en el contenido pero no en la forma, con la ayuda de una biografía y de las múltiples drogas que consumió. Quizás "entre dos aguas", como la famosa composición de nuestro Paco de Lucía, muy recientemente fallecido con un año más que Leopoldo; por una familia bien, de padre falangista y poeta famoso, y la aspiración de un joven Leopoldo que asumió el espíritu de una generación nueva, trató de romper con el contumaz pasado de una guerra que no vivimos y se salió de madre (nunca mejor dicho) para caer en un nuevo nihilismo, en una espiral de autodestrucción: Ya se sentía más protegido en los servicios de psiquiatría que en su libre albedrío; ya consiguió ese suicidio anunciado durante toda una existencia de transgresión y rebeldía contra si mismo y, quizás, lo que le atenazaba del contexto familiar.
Panero, nuestro Panero disártrico y deconstruído como la tortilla española del Bulli, fue incluído por Castellet en su "Nueve novísimos poetas españoles y huésped durante la mayor parte de su vida adulta de diferentes instituciones psiquiátricas"
No he leído mucho a Panero ni a su padre porque he tenido mi "panero" particular, fallecido a la misma edad que Leopoldo, poco antes. Llamémosle Pe.
Pe cayó en la esquizofrenia siendo muy joven y pasó muchas etapas de su vida en el manicomio de La Cadellada de Oviedo, con salidas a la realidad que le hicieron conocido en la ciudad que habito, más por su cultura literaria y buen hacer como articulista aficionado en periódicos y revistas locales, que por su comprensible afán de gozar del encanto de una mujer, sin llegar a la violencia de género ni a la violación. Él mismo relataría la cruel broma de que fue objeto en su casi adolescencia, cuando se le propuso un encuentro amoroso con una chica en un piso, que resultó ser un bujarrón. Pe nunca cayó en las drogas ni en el alcohol, sólo fumaba un purito mientras tomaba el café en un local de su barrio, que es el mío. Un intento de suicidio le mantuvo ingresado varios meses en el Servicio de Traumatología del hospital comarcal pero salió incólume de su encuentro con el asfalto, de su encuentro brutal con la dura realidad. Siguió escribiendo, aunque menos, hasta llegar al punto de pasear los libros de su biblioteca, regalándolos o vendiéndolos en almoneda. Pe me regaló algunos libros y también le compré uno: todos estaban centrados en el tema psiquiátrico, cosa que le obsesionaba hasta el punto de ir a visitar el edificio de La Cadellada, ahora en reformas por la construcción del nuevo Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), como le obsesionaba la idea de Dios. Descansa en paz, amigo loco, porque la muerte, supongo, es la curación total de todos los males, físicos, mentales y anímicos; porque en la Mansión de Hades todas las almas están idas, menos las lúcidas, como la del sabio tebano Tiresias.
![]() |
Leopoldo María Panero (fotografía tomada de EL PAÍS). |
Panero, nuestro Panero disártrico y deconstruído como la tortilla española del Bulli, fue incluído por Castellet en su "Nueve novísimos poetas españoles y huésped durante la mayor parte de su vida adulta de diferentes instituciones psiquiátricas"
No he leído mucho a Panero ni a su padre porque he tenido mi "panero" particular, fallecido a la misma edad que Leopoldo, poco antes. Llamémosle Pe.
Pe cayó en la esquizofrenia siendo muy joven y pasó muchas etapas de su vida en el manicomio de La Cadellada de Oviedo, con salidas a la realidad que le hicieron conocido en la ciudad que habito, más por su cultura literaria y buen hacer como articulista aficionado en periódicos y revistas locales, que por su comprensible afán de gozar del encanto de una mujer, sin llegar a la violencia de género ni a la violación. Él mismo relataría la cruel broma de que fue objeto en su casi adolescencia, cuando se le propuso un encuentro amoroso con una chica en un piso, que resultó ser un bujarrón. Pe nunca cayó en las drogas ni en el alcohol, sólo fumaba un purito mientras tomaba el café en un local de su barrio, que es el mío. Un intento de suicidio le mantuvo ingresado varios meses en el Servicio de Traumatología del hospital comarcal pero salió incólume de su encuentro con el asfalto, de su encuentro brutal con la dura realidad. Siguió escribiendo, aunque menos, hasta llegar al punto de pasear los libros de su biblioteca, regalándolos o vendiéndolos en almoneda. Pe me regaló algunos libros y también le compré uno: todos estaban centrados en el tema psiquiátrico, cosa que le obsesionaba hasta el punto de ir a visitar el edificio de La Cadellada, ahora en reformas por la construcción del nuevo Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), como le obsesionaba la idea de Dios. Descansa en paz, amigo loco, porque la muerte, supongo, es la curación total de todos los males, físicos, mentales y anímicos; porque en la Mansión de Hades todas las almas están idas, menos las lúcidas, como la del sabio tebano Tiresias.