viernes, 4 de octubre de 2013

LA REBELIÓN DE LA SINRAZÓN.

TEHERÁN 28 DE DICIEMBRE DE 1956. FILÓSOFO Y POLÍTICO IRANÍ

  Hace unos días el diario EL PAÍS publicó un interesante artículo, LA REBELIÓN DE LA SINRAZÓN,  del filósofo y político iraní Ramin Jahanbegloo, actualmente catedrático de Ciencias Políticas  de la Universidad de Toronto; representante de la reivindicación democrática en su país y, doctorado en filosofía por La Sorbona y postgraduado en Harvard, una de las claves del aperturismo de Irán hacia la cultura occidental. Después de copiar y modificar en Word el comentario quedó así:

La rebelión de la sinrazón


Nos enfrentamos a diversas formas de absolutismo y fundamentalismo que nos han conducido a la unidimensionalidad del pensamiento y ponen en peligro los fundamentos básicos de la civilización humana



En una ocasión Theodor Adorno afirmó que no era posible escribir poesía después de Auschwitz. Escribió esas famosas palabras en 1949, antes de que la palabra Auschwitz pasara a simbolizar el terror y la destrucción a gran escala que fue el Holocausto. La afirmación se enmarca en una crítica más general de la modernidad capitalista y la Ilustración, de la que Auschwitz y la barbarie nazi se consideran ramificaciones. En este sentido, cuando Adorno mencionó Auschwitz no aludía al campo de concentración de la Polonia ocupada, sino más precisamente a los perturbadores procesos culturales occidentales que produjeron lo que hoy se conoce como Holocausto. Un proceso que redujo a humo y cenizas a seres humanos vivos, reduciendo al tiempo todas las formas de discurso al nivel de lo innombrable. “Auschwitz niega todos los sistemas, destruye todas las doctrinas”, afirmó Elie Wiesel. Quizá por eso la afirmación de Adorno sea prácticamente inevitable al debatir la relación entre cultura y barbarie.

En los últimos 50 años, la observación de Adorno ha sido una de las piedras de toque de quienes han escrito sobre la concepción de la cultura y en general sobre la historia de las ideas. Necesitamos analizar lo que podríamos calificar de paradigma pos-Auschwitz, tan evidente en las reflexiones de Adorno sobre la cultura posterior al Holocausto. Adorno expresa la imperiosa necesidad de representar las atrocidades nazis y la imposibilidad de hacerlo. Sin embargo, su llamamiento al silencio no puso fin a la posibilidad de la cultura después de Auschwitz, sino que más bien recalcó la paradójica situación en la que se encontraban poetas, escritores y filósofos después del Holocausto que, siendo una sistemática y mecánica aniquilación de los judíos, perversamente organizada con burocrática eficacia, destruyó la propia idea de cultura vigente hasta el siglo XX. Como escribió George Steiner: “Ahora sabemos que un hombre puede leer a Goethe o Rilke por la noche, que puede tocar a Bach y Schubert, y por la mañana acudir a su trabajo en Auschwitz”.

Auschwitz constituye una aberración, una destrucción ilimitada de la condición humana



Si Auschwitz formó parte esencial del proceso civilizador, parecería razonable decir que no solo tenía que ver con Alemania y con los judíos, sino con el conjunto de la humanidad. La paradoja a la que nos enfrentamos en tanto que sujetos posteriores al Holocausto aparece claramente en primer plano gracias a la siguiente actitud intelectual: guardar silencio y racionalizar ese silencio partiendo del reconocimiento de la incapacidad subjetiva para representar el horror no es más que una ilusión autocomplaciente. La cultura humana ya se había utilizado para envolver los crímenes más bárbaros. Hacer caso omiso de esa cultura después de tales atrocidades se considera una labor imposible. Es decir, Auschwitz es una aberración de nuestras esencias porque constituye una degradación y una destrucción ilimitadas de la condición humana. En consecuencia, no es un accidente o un error histórico, es un trauma de la civilización humana.

Irónicamente, ese trauma no ha quedado detrás de nosotros en la historia contemporánea. Nos mira a la cara en el futuro en calidad de imperativo ético. Esto explica que, para la labor socrática de la cultura en el mundo actual, sea crucial mantenerse fiel a la ética. Esa fidelidad no consiste en desear que la propia vida vaya lo mejor posible, sino en hacer lo que es éticamente mejor para que sea diferente. Kierkegaard vio en este proceso el momento justo en el que se pasa de la “no verdad” a la “verdad”, del “no ser” al “ser”. En consecuencia, la idea de que se puede analizar la vida planteándose preguntas intemporales y universales sigue siendo tan revolucionaria hoy como en la época de Sócrates.

Esta labor socrática de “vivir en la verdad” suscita el espectro de un problema más amplio: pensar en la cultura es una labor crítica que, sin embargo, se enmarca dentro de otra labor mayor: la lucha contra la mediocridad. Las épocas mediocres hacen de la labor socrática algo todavía más necesario y pueden conseguir que los individuos que buscan la excelencia sean más receptivos a sus lecciones. El hecho de que una entidad como la cultura, en apariencia impotente, sea realmente capaz de superar la mediocridad es en verdad sorprendente y alentador. Sin embargo, en muchos sentidos la cultura contemporánea es la peor enemiga de sí misma. La mediocridad, con su insistencia en la fama más que en la ejemplaridad, ha minado la repercusión moral del arte, la filosofía y la literatura en la sociedad contemporánea. El presente será incapaz de criticarse a sí mismo en tanto no pueda acceder a lo que le es ajeno o conceptualizarlo. Sin una crítica del conformismo general, el presente se extenderá indefinidamente y sin solución de continuidad hasta el futuro. En consecuencia, la crítica es la posibilidad de una ruptura, experimentada en el presente. Es una situación en el mundo vivido que ofrece posibilidades alternativas que exigen atención.



Sin una crítica del conformismo general, el presente se extenderá indefinidamente hasta el futuro



A la luz de esta idea de la crítica es donde el lúcido punto de partida de Ortega y Gasset encuentra hoy en día toda su pertinencia y relevancia. “La vida es, esencialmente, un diálogo con el contorno”, decía Ortega en 1924 en Las Atlántidas. En 1929 escribió La rebelión de las masas, libro en el que analizaba la crisis política y social que sufría Europa. No fue el único pensador en detectarla, pero su análisis fue especialmente importante, ya que para él las causas de tal situación radicaban en la generalizada distribución del poder social entre las masas. No hace falta decir que su evaluación, esencial cuando se escribió, resulta todavía más esencial y relevante al aplicarse a nuestro tiempo.

En consecuencia, la “rebelión de las masas” no es un fenómeno privativo del siglo XX, ya que se ha abierto paso hasta el XXI y está cobrando impulso. La “rebelión de la sinrazón” es ahora un problema mundial. Nos enfrentamos a ella en la vida cotidiana, plasmada en diversas formas de absolutismo y fundamentalismo que ponen en peligro los fundamentos básicos de la civilización humana. En la sociedad contemporánea, la rebelión de la sinrazón también ha conducido a la unidimensionalidad del pensamiento y este, a su vez, al eclipse de la alta cultura y a la extinción de los valores intelectuales clásicos entre una población que se ha vuelto totalmente indiferente al sentido de la vida. Según Ortega, “no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa”. Esta observación, escrita por Ortega en Esquema de la crisis, indica claramente la pérdida de nuestra concepción del futuro. Lo cual confirma todas nuestras sospechas sobre la mediocrización de la cultura humana en el mundo actual.

La humanidad ha quedado sola con varios gritos individuales en la oscuridad que nos animan a buscar señales de excelencia y nobleza en grandes documentos del pasado. Solo el tiempo nos dirá qué repercusiones tendrán esas nobles llamadas a la excelencia en las generaciones futuras, porque el tiempo es nuestro único pasaporte al futuro.



Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

 Si pensamos en el filósofo y teólogo Kierkegaard, padre del existencialismo, con su Ética universal como única senda hacia la libertad del individuo que se crea a sí mismo a través de sus actos, en contra de la masa maleable y conformista, encontraremos grandes similitudes con José Ortega y Gasset:

 "¿Cómo es este hombre-masa que domina hoy la vida pública?- la política y la no política- ¿Por qué es como es?; quiero decir, ¿cómo se ha producido?
 Conviene responder conjuntamente a ambas cuestiones, porque se prestan mutuo esclarecimiento. El hombre que ahora intenta ponerse al frente de la existencia europea es muy distinto al que dirigió al siglo XIX. Cualquiera mente perspicaz de 1820, de 1850, de 1880, pudo, por un sencillo razonamiento a priori, prever la gravedad de la situación histórica actual. Y, en efecto, nada nuevo acontece que no haya sido previsto hace 100 años. ¡"Las masas avanzan"!, decía, apocalíptico, Hegel, "sin un nuevo poder espiritual, nuestra época, que es una época revolucionaria, producirá una catástrofe", anunciaba Augusto Comte.  "¡Veo subir la pleamar del nihilismo!", gritaba desde un risco de la Engadina el mostachudo Nietzsche.
 Es falso decir que la historia no es previsible. Innumerables veces ha sido profetizada. Si el porvenir no ofreciese un flanco a la profecía, no podría tampoco comprendérsele cuando luego se cumple y se hace pasado. La idea de que el historiador es un profeta del revés, resume toda la filosofía de la historia. Ciertamente que sólo cabe anticipar la estructura general del futuro; pero eso mismo es lo único que en verdad comprendemos del pretérito o del presente. Por eso, si quiere usted ver bien su época, mírela usted desde lejos. ¿A qué distancia? Muy sencillo: a la distancia justa que le impida ver la nariz de Cleopatra." (...)
 (LA REBELIÓN DE LAS MASAS: VI COMIENZA LA DISECCIÓN DEL HOMBRE-MASA)


José Ortega y Gasset.

 La historia de la raza humana es una repetición periódica de hechos y pensamientos que se suceden con la cadencia de un péndulo: los mismos errores y horrores amparados por por un poder absolutista y abusivo, o por un poder de la masa que reclama las excelencias no merecidas, en ambos casos no congruentes con la aportación personal. Una asunción de tareas horribles porque no hay espíritu crítico, solamente interés; solamente una masa que no se implica en la construcción de una Ética general en la que el ser humano sea el beneficiario y protagonista, con la moderación de los impulsos egocéntricos que todos tenemos.


EL CARRO DEL HENO (EL BOSCO): UNA ALEGORÍA DEL EGOÍSMO HUMANO.

 Y como se puede deducir, la mediocridad impera en los gobiernos políticos y económicos con la voracidad y la sinrazón que caracteriza a todos los tiempos, el sano espíritu crítico brilla por su ausencia y la MASA coloniza la sociedad imponiendo su criterio injusto y destructivo:
 Presidentes de bancos que arruinan la entidad y a muchos de sus cientes, con recompensas millonarias.
 Presidentes de un estado que arruinan el país y se van a "contemplar nubes" con la vida resuelta.
 Presidentes autonómicos que ponen en una encrucijada a sus votantes por interés personal.
  Politiquillos que asumen la Consejería de Cultura y solamente saben fabricar faltas de ortografía por centímetro de texto escrito.
 Jueces felones que confunden la Justicia con las témporas.
 Empresarios cabrones e ineptos que ERE que ERE nos roban a los demás y a sus trabajadores.
 Empleados públicos expertos "bajistas", que nos han jodido a los demás, con enfermedades crónicas y que nos resistimos a estar en ILT.
  Sindicaleros "sin clase" que viven del cuento robando a los trabajadores que quieren trabajar pero no pueden.
 Y, en general, mangantes políticos que han hecho de un servicio su profesión, porque no sirven para otra cosa, cobrándonos unos privilegios inasumibles para un país con millones de parados, muchos de los cuales sobreviven gracias a los Comedores de Cáritas y otras beneficencias.

 No sé si me he dejado algo por comentar, pero el corolario que dejo es el comentado:
 La historia se repite y la masa rebelde es como la plaga de langosta: al final acaba muriendo por su propia voracidad, que acaba con todo.

  La sinrazón de la masa, que asume lo "políticamente correcto", sin el menor sentido crítico, nos lleva al abismo inevitable al que se arrastran nuestros políticos con su actitud de masa sin sentimiento, con la confusión de este caos que es puro egocentrismo interesado y respaldado por una sociedad unidimensional que ha perdido la perspectiva de la razón y la moral-ética, mientras maneja con soltura el GPS de un viaje a ninguna parte.



Cadáveres de inmigrantes ilegales en Lampedusa.

La tragedia de la isla de Lampedusa es un ejemplo de la incongruente cultura refinada de Europa contra el horror de una muerte por negación de auxilio, ante el temor de una ley injusta que castiga la solidaridad más elemental, equiparable a la exterminación sistemática de una raza que se considera amenazante. Ni siquiera estamos a salvo de la rapiña depredadora los "ciudadanos de pata negra", los europeos de pura raza, que vemos mermados nuestros derechos y nuestro bienestar por la mala gestión de los gobernantes.


Silvio Berlusconi: "Conmovido por las muertes de Lampedusa".

 La masa se ha instalado en todos los estamentos de la sociedad y nos dirige desde el poder, político y económico, en un continuo contagio de su peste.