sábado, 23 de octubre de 2010

ESTAR EN LAS NUBES.

 Estar en las nubes es algo indescriptible aunque invite a la descripción de esas formas cambiantes de aire y agua,  tan caprichosas que mudan su forma en cuestión de segundos, impulsadas por el cincel del viento. Físicamente hablando, solo he estado en las nubes, bajo las nubes y sobre ellas, como pasajero de un avión que me transportaba hacia otros cielos con otras nubes y otras tierras; sobre la tierra he estado con la mirada puesta sobre las nubes de vez en vez, a lo largo de toda mi vida.
 En la infancia jugábamos a interpretar las formas de las nubes, tumbados sobre la hierba, describiendo los cambios que sufrían  y las distintas formas que iban adoptando: un dragón escupiendo fuego, un señor gordo, un pájaro enorme con las alas extendidas... Todo un mundo de formas y de matices lumínicos que cambiaba constatemente para dar paso a otras imágenes. Pura fantasía infantil.
 Después las nubes dejan de ser un juguete para convertirse en el fenómeno físico que son, en el oráculo celestial que vaticina bonanza o desastre, lluvia o sequía, poder o no poder emprender una salida.
 Sigo mirando las nubes bajo dos puntos de vista, y me encanta.